La voz

Ricardo Olave
2 min readJul 10, 2020

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Carlos tiene una vida, pero por las noches, cuando sueña, piensa que no es el destino que quiere, que una fuerza lejana a su cuerpo decide que su historia fuese así. Carlos, desde temprana edad vivió de cerca la violencia, la que provocó la muerte de su madre y un latente conflicto por las calles donde se crió.

A pesar de que tiene grandes lagunas mentales de su propia historia, él sabe que pertenece a una pandilla, y que otros jóvenes como él están repartidos por otros barrios convertidos en enemigos; rencillas por territorio y respeto que tienen toda a una ciudad definiendo un jefe total, a punta de armas de diversos calibres que tanto Carlos como otros pandilleros aprendieron a usar cuando comprendieron el valor de cuidar el espacio que les pertenece.

Carlos es negro, o afroamericano para los titulares de los periódicos. Su color es símbolo de una lucha constante ante el abuso policial, soportando todo tipo de vejaciones. Pese que hay veces en que se defiende de recibir un puñetazo de otros tipos, ha pasado noches en calabozos por ser sorprendido en riñas. Los policías blancos solo hablan en dólares, y su libertad depende de fianzas pactadas en secreto.

Carlos ha matado gente inocente, no por gusto, sino porque a veces escucha una voz, que le ordena tomar el arma y disparar por la espalda a gente que encuentra en la calle con un par de billetes. La voz, que escucha desde hace meses y que siente detrás de su espalda, pareciera que fuera una consciencia maliciosa que lo ocupa para dejar de reprimir un instinto asesino que él mismo no comprende.

Carlos aprendió a vivir con esa voz, que lo lleva a robar autos, asaltar casas o disparar a quien se tope en su camino. Pero hay veces que uno no logra contenerse.

Una tarde, Carlos es confundido como traficante ante otra pandilla y debe correr por su vida. En un minuto, las cosas se complican, el cansancio aparece y las piernas ya no le responden. Ante el frenesí de avanzar avenidas completas, ya no puede más. El peligro es inminente y la voz que lo corrompe vuelve a aparecer justo cuando está al frente de un vehículo conducido por un anciano. La voz le ordena tomar el auto, dispararle al viejo y escapar del lugar. Carlos no quiere. Sinceramente, él preferiría seguir corriendo antes que lastimar a un tercero. Pero, por más que lo desee, no puede controlar sus acciones.

Carlos ya no quiere esto. Con el arma apuntando al auto, casi al borde de la locura, con la impotencia de no saber cómo defenderse ante algo que no controla, decide aplicar su instinto y gritar como nunca antes, para liberar la culpa de sus acciones.

-¡NO PUEDO CON ESTO! ¡NO SOY UN ASESINO! ¡DÉJAME IR!- gritó amenazante al cielo.

En ese momento, el golpe del control contra el suelo se escuchó desde toda la casa. -¡MAMÁ, EL JUEGO ME HABLÓ!

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